El proceso de socialización de toda persona pasa por diferentes fases en función de la edad concreta. Se tiende a pensar que el comportamiento se conforma en la infancia y adolescencia y, alcanzada la etapa adulta, ya no puede modificarse. Sin embargo, y si bien es cierto que es más complicado que en las primeras edades, el comportamiento se modifica en todas las etapas vitales puesto que estamos recibiendo continuamente influencias de nuestro entorno.
La función socializadora de la familia
La familia es el primer eslabón de la socialización. En los primeros años de edad, el entorno ejerce una gran influencia en la formación del comportamiento y la personalidad de cualquier infante. De la familia se aprenden las pautas emocionales, valores, formas de conducta, modos de enfrentarse a situaciones nuevas y desafiantes, etc.
En definitiva, se conforman los pilares o bases del desarrollo de toda persona, que se irán modificando y adaptando en función de las influencias posteriores.
En este entorno, los y las infantes pueden experimentar con el ambiente y practicar las interacciones, por ensayo y error en la mayoría de las ocasiones, con la seguridad y protección que le brindan las personas adultas que le rodean, le quieren y le cuidan.
El proceso de socialización en el centro educativo
El siguiente gran paso en la socialización es el centro educativo. Este es el primer espacio en el que la persona se enfrenta a un entorno abierto y nuevo, y debe aprender a relacionarse con otras personas desconocidas, tanto adultas como de su misma edad. Aquí, el o la infante descubre que existen otras personas con intereses diferentes e incluso opuestos a los propios, por lo que debe aprender a gestionar estas situaciones.
Pueden haber tenido experiencias previas con iguales en el entorno familiar (hermanos, hermanas, primos, primas, etc), pero en el centro educativo influyen otras características como el cambio de entorno, con límites y normas propios y diferentes al ámbito familiar.
En el centro educativo, los y las menores aprenden a vivir en comunidad, con un trato y condiciones equitativas a cada persona, así como deberes y obligaciones derivados de la convivencia positiva.
La función socializadora del grupo de iguales
El grupo de iguales ejerce una influencia muy notable en el desarrollo de la persona, especialmente en la etapa adolescente.
Uno de los cambios más notables en esta fase es la construcción de la propia identidad, independizándose de las pautas marcadas por las personas cuidadoras del entorno y buscando “su propio camino”. Se alejan de la familia, lugar en el que se les concebía como infantes, para buscar a personas similares en las que respaldarse con la finalidad de desarrollar su autonomía.
De este modo, mediante la interacción próxima con otras personas, se descubren nuevas realidades y alternativas a los valores, pensamientos y opiniones preestablecidas en su familia, pudiendo decidir qué prefiere. En definitiva, gracias al grupo de iguales, la persona decide quién es y en quién quiere convertirse.
El proceso de socialización en la vida adulta
Los valores y normas integradas a lo largo de toda la infancia y adolescencia marcan unas bases sólidas para el comportamiento de la vida adulta, pero eso no implica que sean inalterables o inmutables.
Cualquier experiencia y momento a lo largo de la vida produce un aprendizaje en la persona, por lo que las pautas de comportamiento y la personalidad se pueden modificar. Si que es cierto que, con la edad y por norma general, el cambio es paulatino y se necesita de mayor tiempo para percibirlo.
Los entornos en los que se mueve una persona, sus influencias sociales positivas y negativas, la propia personalidad construida en su juventud, los valores y principios adoptados y, en definitiva, cualquier característica propia o del entorno pasada o presente influirá en el desarrollo continuo de su personalidad.
La persona es un ser social que está en constante cambio y evolución. La interacción con el entorno, que es absolutamente necesaria para sobrevivir, influye en el desarrollo y modificación de la personalidad. Por ello, todas las personas se encuentran en continuo aprendizaje y cambio, voluntario o involuntario, de su forma de ser.